Sin encontrar
mucha oposición de parte de Colombia,
Brasil ganó 2-1. Pero los goles de
Ronaldo y Kaká sólo fueron la
formalización de la derrota de nuestra
selección, que perdió desde
que llegó a la cancha empeñada
en creer que ganar era imposible. Quizás
los únicos que sacaron la cara por
Colombia fueron el arquero Óscar Córdoba,
quien paró varios disparos que iban
para el fondo de la red, y Juan Pablo Ángel,
quien no dejó de luchar en ningún
momento y consiguió el descuento con
un golazo de cabeza.
La derrota era de esperarse un empate
habría sido un milagro; lo
que no se preveía era que el equipo
perdiera tan pronto la poca motivación
con que arrancó la eliminatoria.
En sus declaraciones previas al partido
contra Bolivia los jugadores sonaron poco
optimistas y predispuestos a que la altura
de La Paz casi 3.000 metros sobre
el nivel del mar complicaría
mucho las cosas. Y para completar, Víctor
Aristizábal anunció pocas
horas antes del encuentro que ése
sería su último partido en
la selección.
La altura siempre afecta el desempeño
de los jugadores; esto lo vimos hace tres
años, cuando empatamos 1-1 con Bolivia
en las eliminatorias para Corea y Japón.
Pero es que en esa ocasión la selección
sí jugó de verdad, o por lo
menos hizo todo lo que pudo por hacerlo.
En cambio, el partido del pasado 10 de septiembre
fue el más desastroso que ha jugado
un equipo con la camiseta de la selección
Colombia en los últimos años.
Después de que el árbitro
pitó penalti luego de una mano totalmente
involuntaria de Iván Ramiro Córdoba,
y de que los bolivianos abrieran el marcador
a los 12 minutos del primer tiempo, la selección
perdió definitivamente el orden,
la coordinación y la concentración
si es que alguna vez los tuvo.
Bolivia parecía jugar un partido
de potrero contra un equipo de preescolar.
A Ángel no le llegaba un solo pase,
el mediocampo parecía propiedad privada
de los locales, los laterales no daban pie
con bola, y hasta los defensas centrales,
por primera vez en muchos años, tuvieron
una actuación horrible.
Colombia perdió 4-0. Lo que no sufrimos
con Ronaldo, Rivaldo, Cafú, Roberto
Carlos y demás lo padecimos con Julio
César Baldivieso y sus muecas frente
a la cámara, y con Joaquín
Botero y los tres goles que anotó.
Y como para cerrar el desastre con broche
de oro, nuestro seleccionado nacional dejó
tirados a mitad de camino la decencia y
el juego limpio. Mario Alberto Yepes pareció
jugar con pies de plomo e Iván Ramiro
Córdoba terminó expulsado
tras darle una sucia patada a un boliviano.
Ahora Colombia se encuentra en el fondo
de la tabla, sin un solo punto, al lado
de Venezuela, a quien se enfrentará
en noviembre en Barranquilla. Es obvio que
las cosas no están funcionando. Y
si algo no funciona, se cambia. Por eso
tiene que producirse un gran revolcón
en la selección; hay que evaluar
lo que está pasando y tomar medidas
al respecto. Si se concluye que la mejor
solución es cambiar de técnico,
con todos los riesgos que implicaría
hacerlo, Francisco Maturana tendrá
que hacer maletas.
Pero lo que debe cambiarse con mayor urgencia
es la actitud del equipo como tal. Los jugadores
tienen que entender de una vez por todas
que la camiseta de la selección no
es un simple trapo que se ponen para descansar
de los uniformes de sus clubes, sino uno
de los símbolos más importantes
de su país; un país que los
sigue en cada partido, que celebra sus triunfos
y que sufre con sus derrotas. La selección
Colombia carga una inmensa responsabilidad
a cuestas, y en este momento todo hace pensar
que le está quedando grande.
|