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Principal > Columnas > Deportes > Semana del 15 al 21 de septiembre de 2003

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La selección, todavía lejos de dar la talla.

Por: Juan Diego Prieto Sanabria.


J. C. Baldivieso/ Maturana/Partido Colombia-Bolivia

Después de las pobres actuaciones de la selección de fútbol de mayores en la Copa Confederaciones y en la Copa Oro, el panorama para las eliminatorias al Mundial de Alemania 2006 no pareció para nada bueno: dos años después de que Colombia se quedara por fuera del Mundial de Corea y Japón, el equipo seguía sin encontrar el camino para que las cosas cambiaran.

El primer partido de eliminatoria fue contra Brasil en Barranquilla. Como de costumbre, la selección jugó convencida de la "superioridad" de su rival, respetando exageradamente a los brasileños y dejándolos jugar como si fueran seres superiores: como si luchar para ganarles fuera una pérdida de tiempo y esfuerzo.
 

Sin encontrar mucha oposición de parte de Colombia, Brasil ganó 2-1. Pero los goles de Ronaldo y Kaká sólo fueron la formalización de la derrota de nuestra selección, que perdió desde que llegó a la cancha empeñada en creer que ganar era imposible. Quizás los únicos que sacaron la cara por Colombia fueron el arquero Óscar Córdoba, quien paró varios disparos que iban para el fondo de la red, y Juan Pablo Ángel, quien no dejó de luchar en ningún momento y consiguió el descuento con un golazo de cabeza.

La derrota era de esperarse —un empate habría sido un milagro—; lo que no se preveía era que el equipo perdiera tan pronto la poca motivación con que arrancó la eliminatoria. En sus declaraciones previas al partido contra Bolivia los jugadores sonaron poco optimistas y predispuestos a que la altura de La Paz —casi 3.000 metros sobre el nivel del mar— complicaría mucho las cosas. Y para completar, Víctor Aristizábal anunció pocas horas antes del encuentro que ése sería su último partido en la selección.

La altura siempre afecta el desempeño de los jugadores; esto lo vimos hace tres años, cuando empatamos 1-1 con Bolivia en las eliminatorias para Corea y Japón. Pero es que en esa ocasión la selección sí jugó de verdad, o por lo menos hizo todo lo que pudo por hacerlo. En cambio, el partido del pasado 10 de septiembre fue el más desastroso que ha jugado un equipo con la camiseta de la selección Colombia en los últimos años.

Después de que el árbitro pitó penalti luego de una mano totalmente involuntaria de Iván Ramiro Córdoba, y de que los bolivianos abrieran el marcador a los 12 minutos del primer tiempo, la selección perdió definitivamente el orden, la coordinación y la concentración —si es que alguna vez los tuvo—. Bolivia parecía jugar un partido de potrero contra un equipo de preescolar. A Ángel no le llegaba un solo pase, el mediocampo parecía propiedad privada de los locales, los laterales no daban pie con bola, y hasta los defensas centrales, por primera vez en muchos años, tuvieron una actuación horrible.

Colombia perdió 4-0. Lo que no sufrimos con Ronaldo, Rivaldo, Cafú, Roberto Carlos y demás lo padecimos con Julio César Baldivieso y sus muecas frente a la cámara, y con Joaquín Botero y los tres goles que anotó. Y como para cerrar el desastre con broche de oro, nuestro seleccionado nacional dejó tirados a mitad de camino la decencia y el juego limpio. Mario Alberto Yepes pareció jugar con pies de plomo e Iván Ramiro Córdoba terminó expulsado tras darle una sucia patada a un boliviano.

Ahora Colombia se encuentra en el fondo de la tabla, sin un solo punto, al lado de Venezuela, a quien se enfrentará en noviembre en Barranquilla. Es obvio que las cosas no están funcionando. Y si algo no funciona, se cambia. Por eso tiene que producirse un gran revolcón en la selección; hay que evaluar lo que está pasando y tomar medidas al respecto. Si se concluye que la mejor solución es cambiar de técnico, con todos los riesgos que implicaría hacerlo, Francisco Maturana tendrá que hacer maletas.

Pero lo que debe cambiarse con mayor urgencia es la actitud del equipo como tal. Los jugadores tienen que entender de una vez por todas que la camiseta de la selección no es un simple trapo que se ponen para descansar de los uniformes de sus clubes, sino uno de los símbolos más importantes de su país; un país que los sigue en cada partido, que celebra sus triunfos y que sufre con sus derrotas. La selección Colombia carga una inmensa responsabilidad a cuestas, y en este momento todo hace pensar que le está quedando grande.

 
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