Varias de las familias que han decidido
regresar ven hoy un mejor futuro en su propia
patria, pues consideran que la gestión
del actual Gobierno está haciendo
de Colombia un país más seguro,
relativamente distinto del que dejaron.
Y aunque entienden que les tocará
empezar de nuevo, al menos lo harán
en su idioma, en medio de su gente y sin
ser discriminados o perseguidos por su origen
o por su condición de ilegales.
La realidad con que se encuentran quienes
salen a jugarse los restos en Estados Unidos
es muy distinta de la que les pintan los
parientes y amigos que sobreviven allá
a base de enormes sacrificios y privaciones
o quienes simplemente están aguantando
hambre y humillaciones pero no lo confiesan
por pura vergüenza de reconocer su
situación.
En Estados Unidos las oportunidades de
empleo para los inmigrantes son muy escasas,
y para los ilegales es aun más difícil,
porque son muy pocos los empresarios dispuestos
a caer a su vez en la ilegalidad al emplearlos.
Y si lo hacen es para someterlos a trabajar
en indignas condiciones de explotación
y abuso.
Los inmigrantes ilegales llegan a Estados
Unidos en una situación claramente
desventajosa que rápidamente los
pone en medio de un círculo vicioso.
Para tener acceso a alguna de las opciones
de inmigración que ofrece la legislación
estadounidense requieren precisamente los
dos elementos con que no cuentan: trabajo
y dinero.
Pero, además, esa legislación
se ha endurecido desde los atentados del
11 de septiembre de 2001. A los inmigrantes
se les ve con mayor desconfianza y se les
hace un seguimiento más estricto
de todos sus movimientos. Por esta razón,
las posibilidades de sufrir la deportación
son cada vez más altas.
Similares o peores situaciones tiene que
vivir el numeroso grupo de colombianos que
ha salido del país hacia diferentes
destinos: Europa, Asia, Centroamérica
y el Caribe, forzado por la violencia, el
desempleo y la pobreza. Impulsados por la
ilusión de un futuro mejor o la ambición
de dinero rápido y fácil,
ejercen lejos de su país toda clase
de oficios, tanto legales como ilegales.
Para citar sólo el más degradante
de los oficios, se calcula que entre 45.000
y 50.000 colombianas están dedicadas
a la prostitución fuera del país,
en muchos casos como resultado de engaños
por parte de bandas de traficantes de personas,
y en otros a sabiendas de lo que iban a
hacer. Muchas de estas compatriotas trabajan
en lamentables condiciones de explotación
cercanas a la esclavitud.
Ante panoramas tan oscuros como estos,
es de esperarse que cada vez más
colombianos regresen al país semanalmente
y que cada vez menos personas y familias
contemplen la posibilidad de viajar al exterior
en busca del paraíso que, sin saberlo,
han estado pisando desde que aprendieron
a caminar, y que volveremos a disfrutar
algún día, tan pronto o tan
tarde como logremos derrotar al terrorismo,
la desigualdad y la corrupción.
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