congresistas, con un saldo de más
de treinta personas heridas.
Estos hechos, atribuidos con sana lógica
a las milicias urbanas de las FARC, han
hecho recordar a los habitantes de la capital
la oleada terrorista desatada por los carteles
del narcotráfico a finales de los
años ochenta y principios de los
noventa. En esa época la fuerza pública
persiguió y combatió con determinación
a los jefes de esas organizaciones criminales
hasta capturarlos o darlos de baja, como
sucedió con Gonzalo Rodríguez
Gacha y Pablo Escobar, quienes dirigieron
masivos ataques contra civiles inocentes,
con el propósito de intimidar a la
población y conseguir así
que la ciudadanía presionara una
solución negociada al conflicto entre
el Estado y los carteles.
Lo que consiguieron los narcoterroristas
fue el repudio del país al que quisieron
extorsionar y la reacción de todos
los sectores de la sociedad en su contra.
Fue una lección de entereza que Colombia
entera tuvo que aprender, después
de lamentar la desaparición de varios
de sus mejores dirigentes y de muchos ciudadanos
inermes que cayeron bajo las balas y las
bombas de esos criminales.
Hoy nos enfrentamos a una situación
similar y no pueden engañarnos el
origen y la denominación de los agresores.
Los grupos armados al margen de la ley perdieron
hace muchos años cualquier justificación
ideológica y ahora utilizan los mismos
métodos cobardes de vulgares criminales
sin honor ni valor.
Amenazados en todo el territorio nacional
por los avances de las Fuerzas Militares
y la Policía Nacional, los guerrilleros
están dirigiendo sus ataques a las
ciudades, los líderes políticos
y los centros del poder. Las fuerzas del
Estado deben poner en juego todos sus recursos
de inteligencia y contrainteligencia para
anticiparse a sus planes y quitarles el
elemento sorpresa, que es el arma más
dañina con que cuentan los terroristas.
Los ciudadanos debemos asumir el papel
de defensores de nuestra patria contra el
agresor interno de igual manera que lo haríamos
contra un invasor externo. Tenemos el deber
de ser corresponsables de la seguridad ciudadana
y vigilar las calles como cuidamos nuestras
casas.
Para ello contamos con el apoyo de unas
fuerzas armadas mucho más preparadas
que las que hace casi diez años vencieron
a los grupos de narcoterroristas, y con
el presidente Álvaro Uribe como un
comandante en jefe comprometido con los
destinos de la nación, quien con
coraje y determinación, de manera
inmediata y contundente ha hecho frente
a estos hechos y a los autores de los mismos,
pidiendo sólo una cosa a sus conciudadanos:
que demuestren su fortaleza moral y rechacen
frontalmente a los violentos.
Y es lo menos que los colombianos podemos
hacer para defender el maravilloso país
que tenemos, evitar que los criminales lo
sigan destruyendo y preservarlo para que
nuestros hijos lo disfruten en paz.
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