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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 23 a 29 de junio de 2003

La reestructuración del Estado va en serio.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Logos de Ecopetrol, Telecom y el Seguro Social/Protestas

En cumplimiento del Plan de Desarrollo apoyado por la mayoría de los electores, y a pesar de las previsibles reacciones negativas de las organizaciones sindicales, el Polo Democrático, catedráticos y columnistas opositores, y los más recalcitrantes representantes del clientelismo en el Congreso, el Gobierno sigue adelante con el programa de reestructuración de las entidades estatales y con el consecuente recorte burocrático.

La administración del presidente Álvaro Uribe busca corregir los errores cometidos por sus antecesores, quienes permitieron el crecimiento desmedido del Estado, en ocasiones porque creían equivocadamente que el empleo público contribuía a la solución de los profundos problemas

sociales del país, y en todos los casos para calmar los insaciables apetitos burocráticos de los jefes políticos de turno.

Estos ajustes a la administración pública y a la burocracia estatal estaban contemplados en el programa de gobierno, y para llevarlos a cabo el presidente recibió del Congreso las facultades extraordinarias contenidas en la ley 790 de 2002, por lo cual nadie puede ahora declararse traicionado o sorprendido. Quienes esperaban que la reforma de Uribe fuera tibia o intrascendente como las que intentaron los anteriores gobiernos no han entendido aún que el país tiene un Presidente distinto: decidido, coherente y comprometido.

Históricamente, el Estado colombiano fue excesivamente paternalista. Como cualquier padre alcahueta e irresponsable, gastaba más de lo que recibía para poder ser el proveedor de las soluciones a todas las necesidades nacionales y regionales, tanto las prioritarias como las suntuarias. De ahí el enorme déficit fiscal que hoy tiene al país al borde de la quiebra.

La triste realidad del Estado colombiano es que ha estado más dedicado al pago de la nómina oficial y a la administración de la deuda que a la inversión. La única forma de darle un giro total a esta situación es la reducción de los gastos de funcionamiento.

Lo más seguro es que ésta sea la única oportunidad que tendrá el gobierno de Uribe para reformar el Estado. Por eso es crucial que la aproveche para tomar decisiones trascendentales —aunque sean radicales y dolorosas— antes del 27 de junio, cuando vencen las facultades extraordinarias.

El Gobierno debe dar continuidad a los ajustes, para sacar al Estado de donde no debe ni puede estar y para reducir sustancialmente su tamaño. Es indispensable que se descentralice la administración pública y que los entes territoriales asuman de una vez por todas sus obligaciones. El Estado no puede seguir siendo el que hace todo en Colombia —como quienes ciegamente se resisten a las reformas creen que debe ser—, pues por empeñarse en ello termina haciéndolo todo pero mal, y no puede concentrar sus esfuerzos y recursos en la lucha contra la pobreza y la violencia.

Después de tantos años de corrupción, mala administración y excesiva burocracia, el "timonazo" que el gobierno del presidente Uribe debe dar para corregir el rumbo de la nación dejará a muchas personas sin empleo, pero le ahorrará al Estado inmensos recursos que podrá dedicar a la inversión social y al desarrollo de programas que produzcan nuevas oportunidades de negocios, estimulen la creación de empresas y generen empleo productivo —no burocrático, que es más ineficiente y costoso—.

Esto debe hacerse porque es una urgencia nacional, aunque está claro que el Gobierno tendrá que enfrentar una férrea oposición sindical y política. Pero al final los resultados positivos para el país terminarán por darle la razón.

Las organizaciones sindicales, en parte responsables de la ineficiencia y el estancamiento de las más grandes empresas estatales —y de la quiebra de muchas compañías del sector privado—, representan a menos de un millón y medio de los trabajadores del país, y sus actividades parecen más encaminadas a la defensa de los privilegios de su dirigencia —la "oligarquía del proletariado"— que a las reivindicaciones sociales de la mayoría de los colombianos. No tienen entonces autoridad moral ni fuerza política para oponerse al saneamiento del Estado.

Tampoco los políticos clientelistas podrán dar al traste con el cambio que se ha propuesto hacer el Gobierno Nacional. Es clara su responsabilidad en el crecimiento desbordado del Estado, y es a ellos a quienes deben dirigir sus miradas acusadoras los empleados oficiales que se quedarán sin trabajo. Fueron estos políticos quienes, a cambio de votos y otros favores, hicieron crear para ellos —de la manera más irresponsable— cargos que el país no requería.

La reestructuración del Estado colombiano va en serio y no para aquí. Después del 27 de junio, el gobierno podrá fusionar y suprimir entidades, porque así se lo permiten sus facultades ordinarias. De esta manera podrá seguir cumpliéndole a la mayoría esperanzada que lo eligió, y hará avances trascendentales en la lucha contra la corrupción.

Y lo mejor es que ahorrará grandes cantidades de dinero que podrá invertir en la generación de empleo, que es el paso fundamental hacia la erradicación de la pobreza y el mejoramiento de la calidad de vida de todos los colombianos.

 
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