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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 26 de mayo al 1 de junio de 2003

La ocasión NO hace al ladrón; lo revela.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Militares / Uno de los soldados capturados

Los dos hechos noticiosos más importantes y controversiales de la semana pasada en Colombia fueron el hallazgo de una caleta de las FARC en la antigua "zona de distensión" y la inmediata apropiación de su contenido por parte de los 147 integrantes de dos compañías del Ejército Nacional. La fortuna descubierta por los soldados ha sido estimada en 14 millones de dólares entre pesos colombianos y billetes verdes.

Las circunstancias que rodearon el hecho han sido reveladas gradualmente por los medios de comunicación, y han dado lugar a intensas discusiones públicas y privadas sobre la legalidad y la moralidad de los actos de estos militares.
 

La confrontación de opiniones ha puesto a prueba la cuestionada integridad moral de la sociedad colombiana. Y la verdad es que de este episodio la ética y la moral públicas están saliendo duramente vapuleadas.

Lo que hubiera podido ser una gran victoria en la lucha de las autoridades contra las finanzas de las FARC, se convirtió, por obra y gracia de una censurable actuación de quienes deben acatar y defender la ley y el orden, en un duro golpe para la fuerza pública. En un conflicto armado de carácter económico, más que político, el Estado colombiano no se puede permitir estas demostraciones de debilidad moral en sus fuerzas armadas.

La actitud asumida por los miembros de estas unidades del ejército, al apoderarse del dinero encontrado, ha dejado en evidencia sus flaquezas éticas, pero en especial las de sus comandantes, quienes han recibido una formación suficiente sobre el manejo que deben dar a las armas y prendas de uso privativo de las fuerzas militares, así como a las sumas de dinero incautadas y recuperadas de las manos de los grupos al margen de la ley.

No se requería ser un brillante intelectual o un experimentado analista para conocer con claridad la procedencia de esos dineros y el carácter de quienes los habían escondido en la selva. Sin duda se trataba de una caleta de las FARC, las autodefensas o los narcotraficantes, y lo más probable es que fuera del grupo terrorista, debido a la cercanía de uno de sus campamentos y al control casi absoluto que tuvieron sobre esa región desde el primer año de gobierno de Andrés Pastrana.

Si la caleta era de las FARC, el dinero provenía de los pagos recibidos por esta banda armada por concepto de secuestros, extorsiones y tráfico de estupefacientes, que son las actividades principales a las que se dedica. Si era de las autodefensas o de grupos de narcotraficantes -opciones menos probables-, su origen era igualmente ilegal.

Por esta razón debían ser declarados y entregados a la Nación, como lo establece la ley, y como lo indican elementales principios éticos. Para justificar la apropiación de los dineros por parte de los soldados se han esgrimido argumentos legales tan livianos que rayan en la leguleyada: que los billetes eran bienes vacantes o sin dueño, y que por lo tanto los soldados hallaron algo así como un tesoro enterrado, o que simplemente cometieron una infracción por apoderarse de dineros que nadie había declarado previamente...

Los medios de comunicación, haciendo uso de uno de sus más socorridos métodos de generación de audiencia, han realizado sondeos de opinión para medir, supuestamente, la aprobación o desaprobación de los colombianos a la actuación de los militares. Como si la ley, la ética y la moral fueran cuestiones de volubles mayorías.

Entre las opiniones expresadas por muchos ciudadanos se encuentran preocupantes justificaciones a éste y otros actos de apropiación de bienes ajenos.

Se ha dicho que los soldados tenían derecho a apoderarse del botín de las FARC por ser pobres y estar poniendo en juego sus vidas en defensa del país. De ser válida esta consideración, todos los colombianos de bajos recursos que cumplen con sus deberes estarían autorizados tácitamente para apoderarse de lo que no les pertenece y hacer uso arbitrario de ello.

También hemos escuchado que no es justo cuestionar la actuación de los militares cuando al país se lo roban constantemente los corruptos de cuello blanco. En este orden de ideas, todos los funcionarios públicos podrían dedicarse a saquear los dineros del Estado sin merecer siquiera una amonestación.

Lo más preocupante es la ligereza y la superficialidad con que se emiten estos conceptos, sin pensar en el bien común y el futuro que le espera al país si prosperan y se imponen los principios y los valores de la moral elástica y la ética desechable.

Aunque estas demostraciones de inmoralidad y falta de valores no deberían sorprender en un país en que la mayoría de la población se ha dedicado durante los últimos años a aparentar lo que no es y ha venido desperdiciando la única oportunidad de ser lo que es, quienes aparecemos como minorías en las encuestas y los sondeos de opinión debemos continuar nuestra lucha por restaurar la moral de la Nación.

Preocupa, eso sí, que estemos rodeados de tantos ladrones a la espera de una ocasión para revelar su verdadera condición.

 
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