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Principal > Columnas > Edición del 12 al 18 de abril de 2004

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El deporte colombiano, mucho más que fútbol.

Por Jaime Eduardo Prieto Osorio

Además del fútbol, existe una amplia variedad de deportes que con frecuencia le entregan a nuestro país satisfacciones que el juego más popular pocas veces le ha brindado en los últimos años, especialmente en la categoría de mayores.
 


Montoya/Tirador Diego Duarte/C. Baena/Fútbol nacional

Cada domingo, después de ver los noticieros de televisión, queda en la mente de los aficionados al deporte en general —y no sólo al fútbol— una pesada sensación de saturación por la gran cantidad de goles presentados a las carreras y fuera de contexto, las faltas inexistentes con sus consecuentes lesiones fingidas o exageradas, los usuales errores arbitrales que influyen en los resultados de los partidos y los insulsos comentarios, llenos de frases de cajón, de la mayoría de los presentadores.

Esa es la realidad del fútbol colombiano y de la pobre información deportiva que los colombianos recibimos a través de los medios audiovisuales, cuyo aporte a una cultura del deporte en nuestro país es prácticamente nulo, pues nos mantienen sometidos a una dieta compuesta —casi exclusivamente— de goles y patadas.

Afortunadamente, al día siguiente podemos encontrar en las páginas de los periódicos una realidad deportiva que va más allá del panorama que nos muestran los noticieros. Gracias a una afortunada apertura que, en general, la radio y la televisión no han tenido el valor de intentar, los medios escritos nos recuerdan que, además del fútbol, existe una amplia variedad de deportes que con frecuencia le entregan a nuestro país satisfacciones que el juego más popular del mundo pocas veces le ha brindado en los últimos años, y especialmente en la categoría de mayores.

El deporte colombiano cuenta en la actualidad con varias verdaderas estrellas de talla mundial, como Juan Pablo Montoya, Édgar Rentería y Cecilia Baena. El ciclismo, el boxeo y el béisbol han producido varios campeones mundiales y ganadores de importantes competencias internacionales. El boxeo, el tiro al blanco y el atletismo le dieron a Colombia las únicas medallas olímpicas que tenía hasta cuando María Isabel Urrutia ganó una medalla de oro en levantamiento de pesas durante los Olímpicos de Sydney en 2000.

Para los próximos Juegos Olímpicos de Atenas han clasificado deportistas colombianos de 12 disciplinas: atletismo, boxeo, ecuestres (salto y adiestramiento), gimnasia (masculino), natación y clavados (masculino), levantamiento de pesas, lucha grecorromana, taekwondo, tiro y triatlón (femenino). En otros tres deportes se clasifica por el escalafón actual de los deportistas o del equipo: ciclismo, judo y tenis (femenino). En total, irán a las olimpíadas 34 deportistas por clasificación y marcas mínimas y 7 por escalafón.

Como es notorio, en la delegación nacional no estará el seleccionado de fútbol, eliminado después de una lánguida presentación en el Torneo Preolímpico de Chile, a pesar de ser el deporte que cuenta con el mayor apoyo de la afición, los medios de comunicación y el sector privado.

En unos casos la pésima administración deportiva y en otros la más descarada corrupción tienen sumido al fútbol en una de las peores crisis de su historia, lo que se ve reflejado en la mediocridad del torneo profesional y en las pobres actuaciones de los clubes y los seleccionados de mayores en las más importantes competencias internacionales.

Los estadios semivacíos en casi todas las ciudades del país son una demostración de que los aficionados son cada vez menos conformistas y prefieren dedicar su tiempo libre y su dinero, que pocas veces abunda, a otras formas de entretenimiento, aunque no necesariamente sean más sanas que asistir a un partido de fútbol.

La mayoría de los analistas deportivos (perdón, futbolísticos) de nuestro país insisten en exigir a los hinchas la asistencia a los estadios para apoyar a sus equipos, a pesar de los mediocres espectáculos que, en general, son los partidos del fútbol colombiano. Olvidan inexplicablemente que el fútbol, además de un deporte, es un espectáculo —es decir, un producto— y como tal está sometido a las leyes del mercado. Y esto significa, ni más ni menos, que son los consumidores —los aficionados— quienes tienen derecho a exigir que el producto esté a la altura de sus necesidades, expectativas, gustos y presupuestos, y a decidir si lo compran o no.

Durante los últimos años la desmotivación de los aficionados se ha incrementado con el surgimiento de las mal llamadas 'barras bravas' —pues en realidad no son más que cobardes pandillas—, que se han tomado los estadios y sus alrededores antes, durante y después de los partidos, y constituyen una amenaza real para la vida y la integridad física de los verdaderos hinchas. Y en muchos casos la conformación de estas bandas de maleantes ha sido patrocinada o alcahueteada por dirigentes y periodistas. Éste es otro resultado de la manía nacional de copiar más lo malo que lo bueno de cuanto ocurre en el exterior.

Sólo cuando todos los protagonistas, especialmente los flamantes dirigentes y periodistas futbolísticos, asuman esta realidad y se comprometan a romper el círculo vicioso y llevar a cabo la misión de cambiar radicalmente la calamitosa situación del fútbol —para beneficio de todos (clubes, entrenadores, jugadores, aficionados, empresarios y medios de comunicación)—, llegarán los hinchas a acompañar y apoyar de manera masiva y permanente a sus equipos.

Pero de continuar las cosas como están, seguiremos viendo cómo antes de iniciarse cada torneo se pone en duda la participación de varios equipos, cómo los jugadores tienen que escoger entre aguantar hambre o vivir endeudados hasta el cuello, y cómo los equipos cambian constantemente a sus entrenadores porque no obtienen buenos resultados en medio de semejantes condiciones de trabajo.

Un común denominador entre los deportistas exitosos en otras disciplinas diferentes al fútbol es que sus triunfos son el resultado del esfuerzo personal, más que de un programa deportivo estructurado y ejecutado por el Estado, las federaciones respectivas y la empresa privada, por lo cual son aun más meritorios que los del fútbol. Pero estos logros deportivos —heroicos en muchos casos— son sistemáticamente subestimados por las 'vacas sagradas' del periodismo futbolístico, quienes no los quieren entender —¿o no les conviene darlos a entender?— y no alcanzan a darles toda la dimensión y la importancia que tienen.

Si sólo de resultados deportivos se tratara, otros deportes merecerían y deberían recibir al menos el mismo tratamiento económico, logístico y mediático con que cuenta incondicionalmente el fútbol. Pero éste es, sin lugar a dudas, el deporte más popular en nuestro país y, bien jugado, un gran espectáculo. Por lo tanto, son válidas la atención y el apoyo que se le brindan. Y por eso mismo debería exigírsele más, tanto en su organización como en sus resultados.

Con una verdadera estructura deportiva y mejor administración, el fútbol podría darle a Colombia la gloria y el renombre que otros deportes ya le han dado. Pero con mayor apoyo y mejor difusión en los medios, nuestro país podría constituirse en una potencia deportiva internacional en aquellas disciplinas que han producido varios de los mejores embajadores de nuestra imagen positiva ante el mundo.

 
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