Quienes apoyan
el proyecto lo ven como lo que es: un importante
avance en la búsqueda de la igualdad
de todos los ciudadanos ante la ley, tal como
lo contempla nuestra constitución y
la de cualquier país civilizado; es
decir, sin distingos de origen, raza, edad,
creencia religiosa o política, género
y sexo.
Los que lo atacan han difundido información
equívoca y errónea sobre su
contenido, atribuyéndole el poder
de autorizar a las parejas homosexuales
la adopción de hijos y otros alcances
que no tiene, pues no están contemplados
en él. Con esto buscan confundir
a la opinión pública y producir
un masivo rechazo al proyecto.
El grupo de resistencia al proyecto ha
publicado en los principales diarios de
circulación nacional un costoso aviso
de mal gusto por su pobreza estética,
su contenido amarillista y, principalmente,
por su bajo nivel intelectual, pues está
plagado de errores ortográficos,
gramaticales e históricos. Al leerlo
se siente una especie de pena ajena y con
él quedan muy mal paradas las personalidades
que lo firman, especialmente los representantes
de las instituciones educativas, quienes
deberían obligarse a ser más
rigurosos en la construcción conceptual
y la redacción de un documento de
estas características. Su participación
en el aviso es un mal síntoma del
estado de la educación en Colombia.
En el aviso se esgrimen de manera incoherente
diversos argumentos jurídicos, sociales,
históricos, biológicos, médicos
y, principalmente, religiosos. Pero las
vaguedades e imprecisiones que los sustentan
le restan validez y lo reducen a un catálogo
de simples opiniones sobre las preferencias
sexuales de los demás, basadas en
la distorsión, tergiversación
y manipulación de la verdad.
Los firmantes del aviso no tuvieron en
cuenta la discriminación y la persecución
a que viven sometidos quienes tienen como
un rasgo propio de su naturaleza y de su
personalidad el sentirse atraídas
hacia personas del mismo sexo y, en especial,
los que quieren vivir en pareja para tener
relaciones estables. Estos ciudadanos merecen
tener los mismos derechos sobre el patrimonio,
las sucesiones y la seguridad social de
los cuales disfrutan las parejas heterosexuales.
Sorprende la conveniente amnesia que ataca
a algunos grupos de católicos y evangélicos
cuando de defender sus posiciones se trata:
por ejemplo, olvidan fácilmente las
persecuciones de que fueron objeto los primeros
por parte de los romanos y los segundos
por parte de los católicos, precisamente
por ser diferentes a sus perseguidores.
Resulta difícil entender que estos
grupos reaccionarios nunca hubieran manifestado
con similar determinación su indignación
frente a las actividades de los narcotraficantes,
las masacres cometidas por los grupos armados
ilegales, los desplazamientos masivos generados
por la violencia, la corrupción generalizada
en las entidades oficiales, la desigualdad
social y todos los problemas reales que
tiene nuestro país, y que afectan
directamente al individuo, a la familia
y a la sociedad, cuyos derechos dicen defender.
Las únicas explicaciones probables
para esta actitud serían: 1) el temor
a enfrentar con valor a quienes seguramente
podrían atentar contra ellos, como
los narcotraficantes, los guerrilleros,
los paramilitares y los corruptos; 2) el
hecho de que para ellos sean más
graves las uniones entre homosexuales o
las publicaciones de fotos de desnudos que
las masacres de campesinos indefensos o
la malversación de fondos públicos
por parte de los dirigentes políticos
y sus empleados oficiales.
Lo primero es un signo de cobardía,
pues están actuando con la seguridad
que les da el saber que los homosexuales
no reaccionarán violentamente contra
ellos; y lo segundo es una muestra de la
doble moral que siempre han predicado y
practicado.
Las más claras manifestaciones de
la cobardía y la doble moral son
la intolerancia y la violencia. Esto hace
que las actitudes reaccionarias y moralistas
sean más peligrosas que cualquier
proyecto de ley igualitario.
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